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Cosmogonía: Lorenz junto a Del Río Pinto


Fotografias: Claudia Constanze Lorenz
Texto: Nuria del Río Pinto


La nada era todo y todo era la nada.
En aquella Era el calor reinaba, un calor inmenso y profundo como aquella nada densa.
Todo era igual y no existían distancias. Nada había con vida, nada respiraba o nada insinuaba un atisbo de esperanza, lo marrón se dispersaba sin interrupciones, no había luz, no había tiempo, y en aquella infinitud, como la de una habitación oscura donde se encierra a un niño pequeño, reinaba la tristeza y el miedo. 

 
Y entonces, desgarrándose del vacío, surgió una semilla, que lentamente, sin prisa y sin pausa, sin tiempo y sin luz, fue transformándose en árbol. Un árbol al principio frágil y pequeño, pero que lentamente extendía sus ramas hacia el infinito imaginando recorridos fractales, inventando el espacio y el tiempo en su crecer, imaginando el impulso y la emoción en su extensión.



Se convirtió en un árbol inmenso, gallardo, pero triste y asustado. Un árbol que no daba sombra, que no cobijaba ningún nido... un árbol que no era árbol sino desesperanza... 
Y de ese miedo y de esa pena le fue surgiendo un haz de plata por toda su corteza, cubriendo sus ramas y su tronco, recorriendo las líneas cortantes de sus vástagos, transformando así su imagen, convirtiéndolo en un ser de luz cuyo esplendor lo hizo aún más hermoso si cabía.Un árbol que empezó a negar su no existencia, mientras su temperatura subía sin control...



Y del calor, y del fulgor, y tal vez del miedo, el árbol comenzó a dilatarse, a hacerse más grande, a extenderse por ese universo vacío. Se movían sus ramas y sus vástagos, se desprendían de toda su materia unas esquirlas de plata, que se iban alejando de él y se posicionaban en el espacio como puntos de luz que daban impulso y emoción allende el espacio, vió que algo estaba surgiendo y en un arrebato de amor profundo se dejó explotar dando origen a otros mundos y por supuesto, a otros árboles.



Por eso, cuando ves un árbol florecer, un árbol rodeado de celeste y de rojo, con ramas fractales que se esconden, se encuentran, se cruzan, con flores blancas, rosas, amarillas... es una ofrenda a color de aquel árbol perdido en la oscuridad y un recuerdo material del origen del cosmos,  un rito ancestral que se pierde en la memoria, y se repite durante todo el año... Cada especie de árbol se funde con aquel árbol que las noches de luna nueva puedes ver si unes con tu imaginación las estrellas con un hilo plateado que te muestra sus ramas, sus vástagos y sus raíces.


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